Hablar contigo, poder oírte y saberte cerca a pesar de tanta distancia entre tus labios y mis ganas de besarlos, de acariciarte mientras te miro a los ojos para expresarte con mi mirada tanto cuanto te quiero, te deseo y deseo poder estar junto a ti, tan cerca de ti que pueda respirar tu aliento y sentir tu corazón con cada uno de mis propios latidos. Que ganas de volver a mi pueblo, a mi tierra y, ahora, a tus brazos para perderme en cada cachito de ti, para perdernos juntos por esas mismas calles de nuestro pueblo, ya sin pensar en pasado alguno ni en tiempo que no se conjugue con mañana, con futuro, con ese entonces presente, hasta sacar jugo a cada uno de esos mismos momentos sin sentir como pasan ni necesidad de medir su paso.
De niño tenía la costumbre, por lo que me contaba mi madre, de buscar siempre la misma estrella, la que yo creía brillaba más en la oscuridad o se me antojaba más grande y pensaba que, quizás a miles de kilómetros, a solas en su mar sobre la cubierta de aquel “Bahía de Calpe”, mi padre miraba esa misma estrella y solo con mi gesto, sin apartar la mirada, le haría llegar el mensaje de cuanto le quería y necesitábamos en casa o le contaba en silencio cuantas veces había llorado mi madre, su mujer, por el, aquel mismo día. Hoy esa misma estrella me sirve para poderte hablar después de nuestras conversaciones y a ella le cuento ahora cuanto echo de menos tus manos en mis manos, tu mirada en la mía o el sabor de tus besos.
Que “La Milagros” y “El Nazareno” se apiaden y me permitan regresar contigo, a tu lado y contigo reencontrarme con mi pueblo, con mi tierra, con nuestro mañana.
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