Ayer, mientras paseábamos una de las muchas perlas de esta tierra, tropezamos en una de sus calles, con una buena señora de las de siempre, de las de antes. Moño bien peinado, indumentaria acorde a la temperatura conjugando desde el calzado hasta el bolso, que por cierto demostraba el poco uso. De ella lo que mas me choco fue “lo reblanquezino” de su piel.
En una tierra bañada por el mar, con una maravillosa playa coronando todo su esplendor, donde solo la brisa de ese mismo mar te quema hasta las malas ganas, aquella señora, con su descolorido semblante, resaltaba entre tanto gentío, tan morenos o tan quemados. Para colmo, en su camino lento pero inexorable, varios niños fueron a dar con ella casi tropezando entre sus risas y juegos, alterados justo en ese momento del encuentro con ella que, si bien no pude oír que les decía, seguro no eran palabras cariñosas o comprensivas.
Pues en “ese debatir” me hallaba cuando Mª José me saco del trance preguntándome “en que campo se perdían mis pasos”. Siempre me han hecho gracia sus analogías para llamar mi atención o sacarme de esos trances existencialistas. Así que brevemente le comente el caso y, tras un intercambio de ideas sobre “mis conclusiones” -ya no erróneas, mas bien fortuitas- concluí sentenciando que “en el caso de la imaginación, cuando se trata de cuestiones banales y, dado que no molesto ni perjudico a nadie, ante la duda no se pregunta, simplemente se inventa, incluso si fuera preciso, la vida y obra de cada uno de los muchos personajes que a diario pasan por delante de la mirada, sin tan siquiera dejar huella de su paso por ese instante de nuestra vida”.
Cosas tu...
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