Aún no se muy bien como llegué hasta aquella calle alejada, nunca mejor dicho, de tantas cercanías. Buscaba otra calle, de esas calles nuevas que han surgido de la codicia de los políticos de este pueblo, permitiendo que cualquiera montara su castillo allí donde les placía, sin respetar otra cosa de su codicia y las ganas de alcanzar una altura, una clase que aún entre las paredes de esas mansiones tercermundistas, les queda muy grande... Pues que al final sin lograr localizar "la calle nueva", a lomos de "La Puchera" y cansado de tanto bache, bote, zanjas y arenales, un giro a la derecha y, sin darme cuenta, a pocos metros estaba frente al centro donde su memoria sigue luchando por dejarla atrás.
Aún no se que puñetas me empujó a entrar pero lo cierto que al final acabé esperando a una de las enfermeras que la atiende a diario, Macarena, creo recordar su nombre, mientras releía una y otra vez el sin fin de mensajes pegado sobre la pared y en los que intentan informar a los visitantes de las condiciones y limitaciones de las personas allí custodiadas, cuidadas y condenadas por quién sabe que mano de suertes. Y cuando ya creía que el corazón se saltaba desde el pecho a la garganta, sin dejar de preguntarme como había legado hasta allí, que estaba haciendo, con la misma sensación que cuando esperaba se abriera las puertas del Hércules para lanzarnos al vacío, de pronto, ya enfilando el camino de salida de aquella sala, detuvo mi paso una joven, uniformada que, con una gran sonrisa comenzaba a hablarme saludándome tan cortes como curiosa.
Las presentaciones oportunas y la pregunta fatal... (no se si te he contado ya que durante los últimos meses, agazapado entre mis miedos y mi vergüenza, me he dedicado a visitar a mi Madre, alguna que otra tarde, pero sin tan siquiera estar mas cerca de ella que el espacio que nos separa desde el exterior de la ventana donde se que descansa a esas horas... sin mas que sabiendo que estaba bien, deseando verme en sus ojos mientras me reconocía y, a la vez, temiendo no encontrarla en su sillón de casi siempre con aquella muñeca de trapo a la que tanto peina las lanas, a la que habla casi en un hilo de voz, sellando su secreto con algún que otro beso en su cara de trapo... que no daría yo por uno de esos besos)... Y mi madre, como está?
Sinceramente esperaba una serie de palabrejas cuasi médicas revestidas de vocablos ininteligibles y aderezadas con la ironía que casi siempre esconde la otra verdad. Macarena, simpática y agradable, por el contrario, me explico con toda claridad su estado actual, la sorpresa por "el estancamiento de su deterioro" y lo bueno de su estado a pesar de no saber exactamente a que estado se podría referir para acabar por invitarme a verla donde en ese momento tomaban el Sol, cada uno el suyo y a su manera. Y así lo hice, una vez mas agazapado tras mi vergüenza mientras esperaba cruzar nuestras miradas y, porqué no, el milagro de un ratito de presente junto a ella, ajena a tiempo alguno.
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