Donald Trump, una figura que ha polarizado la política global, no solo se distingue por sus controvertidas decisiones y retórica incendiaria, sino también por una ostentación de riqueza y poder que, lejos de inspirar admiración universal, revela una profunda ordinariez clasista. Su estilo, caracterizado por la grandilocuencia superficial y la falta de sofisticación genuina, exhibe una concepción del éxito ligada a la acumulación desmedida y la exhibición burda de un personaje soez, ordinario anaranjado.
Su fascinación por los símbolos de riqueza, desde edificios dorados con su nombre en letras gigantes hasta aviones privados personalizados, no irradia la elegancia discreta que a menudo se asocia con la verdadera distinción. En cambio, proyecta una inseguridad subyacente que busca validación a través de la magnificencia material, un rasgo que conecta más con una aspiración desmedida que con una herencia de refinamiento. Quizás, de aquello palos esta escobilla?
Esta "ordinariez clasista" se manifiesta también en su trato y su lenguaje. Sus frecuentes insultos, sus apodos despectivos y su desdén por las formas convencionales del discurso político no son signos de autenticidad disruptiva, sino más bien de una falta de respeto fundamental hacia las instituciones y hacia aquellos con quienes interactúa. Su desprecio por la sutileza y la complejidad se traduce en simplificaciones burdas y ataques personales, erosionando el debate público y fomentando la división.
Las maneras en que Trump ha utilizado su riqueza para evadir responsabilidades, aún habiendo sido condenado por putero, ya sea a través de complejas estrategias fiscales o litigios prolongados, también revela una visión del éxito donde las reglas parecen aplicarse de manera diferente para los más poderosos. Esta actitud, lejos de ser percibida como astucia empresarial por todos, se interpreta como una falta de consideración hacia el bien común y una reafirmación de una jerarquía basada en la posesión. Aunque exenta de un mínimo de honor, honradez ni clase.
Su apelación a una cierta base de votantes se ha basado, en parte, en presentarse como un outsider que desafía las élites. Sin embargo, su propia vida y sus actitudes están profundamente arraigadas en una visión jerárquica de la sociedad, donde el valor se mide por la riqueza y el estatus. Su "populismo" se siente a menudo hueco, una herramienta retórica utilizada para movilizar resentimientos sin ofrecer una crítica genuina a las desigualdades sistémicas. Dicho de otra forma: engaña a las masas, a las que desprecia y de las que se burla, para lograr su objetivo último, el poder y mas riqueza.
En definitiva, el legado de Donald Trump estará marcado por mucho más que sus políticas. Su estilo personal, impregnado de una ordinariez que paradójicamente busca proyectar superioridad, ha dejado una huella en la cultura política. Es un recordatorio de que la verdadera clase no se compra ni se exhibe con estridencia, sino que se cultiva a través del respeto, la empatía y una comprensión profunda de la responsabilidad que conlleva el poder. Su "ordinariez clasista" no es solo un rasgo personal, sino un síntoma de una visión del mundo donde la acumulación superficial eclipsa los valores fundamentales de la decencia, de cualquier izquiera y la equidad.
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