Cosas de la carne | ParidasMentales Cosas de la carne: ParidasMentales ParidasMentales: Cosas de la carne

4.10.06

Cosas de la carne

Nos hemos conocido esta misma noche mientras tomaba una copa en uno de los pocos locales que se permiten el lujo de abrir a pesar del día de la semana y, tras una mirada, sin necesidad de trámites previos, frases hechas o excusa alguna, simplemente me acerque a ella la salude con un simple “buenas noches, me llamo X y me encantaría hablar contigo”. Tras una preciosa sonrisa, se presentó y comenzamos a hablar, como si continuásemos con una conversación que había quedado pendiente tiempo atrás, hasta que, sin darnos cuenta, uno de los camareros nos anunció que ya era hora de cerrar. ¿Pero, que hora es? Preguntó mientras con un gesto nervioso miraba su reloj. “Lo bueno si breve dos veces bueno” comenté mientras me dirigía a la barra papa abonar las consumiciones dando por finalizada la velada y maldiciendo mi suerte ante la seguridad de momento truncado, hasta que ella, cogiéndome del brazo, me susurró al oído, “no tiene porqué, la noche es joven y yo no tengo prisa”.

Aquellas palabras junto al calor de su aliento en mi cuello, por unos instantes, me devolvieron la fe en los milagros y sin mediar palabra alguna salimos del local. A pesar de mi despreocupada actitud, era consciente que mañana tenía que cumplir con mis obligaciones y, a pesar de sentirme el hombre más afortunado en ese momento, del brazo de una de las mujeres más hermosas que jamás había conocido, solo pensé en estas obligaciones y, tras unos minutos en los que paseábamos despreocupados, le pregunte donde vivía, si deseaba que la acompañase o prefería coger un taxi o tenía cerca su coche. Ella reacciono algo sorprendida por mi repentino “cambio de tercio” aunque, tras las oportunas explicaciones por mi parte, contrariada pero conforme con mis argumentos, respondió para mi sorpresa, dándome el nombre del hotel donde se hospedaba. Casualidad, que diría una amiga o el destino, que gustaba sentenciar a una necia.

Lo cierto es que a escasos cincuenta metros de mi domicilio se ubica ese establecimiento y a escasos metros de la playa de Las Canteras, planteando una serie de posibilidades después de su mirada y luminosa sonrisa como respuesta a mi comentario sobre “el escaso espacio entre nuestras almohadas”. Paramos un taxi, subimos le di la dirección al conductor y nos mantuvimos en silencio durante el trayecto hasta el hotel, mientras para mi sorpresa, ella estrechaba mi mano entrelazando sus dedos con los míos mientras con caricias suaves recorría mi brazo del hombro al codo. Ni que decir tiene que aquel trayecto, a pesar de los semáforos, se me antojo tan placentero como corto y, justo cuando me disponía a lanzar mi contraataque arriesgándolo todo a un beso en sus labios, el taxi se detuvo mientras el taxista nos espetaba el importe de la carrera, quizás adivinando mis intenciones tras sus repetidas miradas a través del retrovisor. Ya ante la puerta del hotel, sin soltarnos las manos ni retirarnos la mirada, con el corazón a punto de saltar por mi garganta, no sin gran esfuerzo: “Ha sido una de las mejores veladas de mi vida...” comencé a decir hasta que sus labios sellaron a los míos en uno de los besos mas cálidos y sabrosos que jamás he recibido, mientras nos abrazamos. Desde ese mismo momento, mágico e inesperado, hasta mi regreso a casa, bastante más tarde de lo que yo mismo esperaba, todo fue como un baile mil veces ensayado, como un sueño del que no quieres despertar.

Ahora, ya en casa, a pesar de la ducha y el café, quizás en un intento por despertar de este maravilloso sueño, no puedo apartar de mi mente su cuerpo, apenas iluminado por la luz que se filtraba del exterior, brillando por el sudor, marcando el contorno de sus caderas. El sabor de sus besos, la tersura de su vientre, la belleza de sus pechos, el tacto sedoso de su piel, la suave caricia de sus cabellos en mi pecho o la calidez de sus abrazos. Nunca antes había saboreado, hasta extasiarme, la exquisitez de una perla escondida en su sexo ni disfrutado tanto desde su pubis a su cuello.

Con la promesa del reencuentro nos despedimos y cuento cada golpe del minutero en el reloj hasta ese momento.

No hay comentarios: