Guiado mas por el aburrimiento que con intenciones de hacer un trabajo concienzudo, levanto los muchos tiestos con los que castigo las estanterías. Esta misma tarde, después del resultado de mi experiencia, he decidido dejar “las cosas como están” o, en todo caso, no revolver tiesto alguno hasta que el estante donde descansa de muestras de fatiga o, llegado el momento, tener que recoger otra vez mi vida en cajas. De un libro que solo debía albergar alguna historia ya leída, cayo, casi empujado por el mismo diablo, una fotografía prueba y testigo de un instante de felicidad de un pasado ya lejano.
Mientras la veía caer, casi a cámara lenta y tras una rápida mirada a la imagen congelada en el papel, maldecía la casualidad mientras cerraba los ojos para no tener que volver a verla, no podía, no quería recordar cuanto me mostraba. Así seguí limpiando, ordenando, sacudiendo y aspirando hasta acabar con el último de los libros antes desordenados, acabando dos horas más tarde con la alegría que reporta un trabajo bien hecho. Hasta el mismo momento en el que, al bajar del taburete, sin recordar la fotografía caída, puse mi pié sobre ella notando casi como se clavaba hasta la misma base de mi cerebro. No había remedio, debía recogerla, sacudirla y volverla a esconder en el mismo lugar de donde no debía haber salido.
Aún no se porque y prefiero engañarme pensando que la suciedad y polvo fueron los culpables, pero al mirar de frente aquel pasado no supe soportarlo y rompí a llorar, sintiendo cada una de las lagrimas que recorrían mi rostro hasta caer sobre la misma imagen que retenía tanta felicidad, golpeando con ellas a cada uno de los que aparecíamos en aquella eterna pose. Seque el papel sobre mi pecho y sin dudar, he vuelto a esconderla aunque sin saber muy bien que nuevo libro la esconde. Quizás algún día pueda volverla a mirar y, porqué no, pueda reír ante ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario