Por fin he caído en los brazos de Morfeo aunque la experiencia, quizás por falta de costumbre, ha resultado un tanto estresante. Vamos que me pasado toda la noche dando saltos de un sueño a otro o dentro del mismo sueño, de una escena a otra. Lo curioso es que casi recuerdo todos y cada uno de los escenarios que he visitado. Algo parecido, para entendernos, a las escenas del Cuento de Navidad de Charles Dickens, en la que los distintos fantasmas del presente, pasado y futuro le llevan a sus momentos, pues algo parecido pero sin fantasmas de tiempo alguno o guía puñetero que me condujese.
Así pasé de una escena entre árboles gigantes, en un bosque magnifico del que aún recuerdo el aroma de la vegetación hasta casi un infierno en medio de una gran ciudad, de la que solo recuerdo el estruendo del tráfico y el pestilente olor de alcantarillas y contaminación. De un instante en el que me encontraba observando alelado a una madre dando el pecho a su criatura sentada placidamente en el banco de un parque, a otra escena, una de la más sórdidas que recuerdo, o creo recordar y prefiero olvidar. De un rincón de mi pueblo, que creo recuerdo de mi infancia, esperando el paso de la procesión del Nazareno, aunque en este caso el único presente era yo, hasta otro espacio de este mismo pueblo, por cierto, El Puerto de Santa María (provincia de Cádiz), en el que observaba a unos niños jugueteando entre las olas en la que, creo, era la playa de La Puntilla.
Lo peor de esta locura de viaje ha sido esa sensación de vértigo al pasar de una escena a otra. Algo así como si de pronto se abriera la tierra bajo mis pies y cayera irremediablemente a un abismo tan oscuro como la misma noche hasta frenar en seco ante la siguiente escena, y todo en cuestión de milésimas de segundo. Vamos que ni en los peores tiempo de Iberia o cualquier salto que recuerde. Pero la escena que mas me ha impactado ha sido en la que me encontré de frente con mi madre, en una de aquellas fechas próximas a la navidad, con su delantal en plena faena preparando “los pestiños”, mientras canturreaba alguna copla de la época. Os puedo jurar que si aún cierro los ojos soy capaz de oír su cantinela y oler los aromas de aquella cocina a miel, especias y masa de dulces. Bueno, lo dejo que me estoy poniendo tierno.
Además no le quiero dar el gustazo al jodido Morfeo para que me premie con otro viaje en su expreso y a toda leche... Jodio rencoroso!
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