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7.10.06

...Al final (I)

Como todos los días a la misma hora comenzaba mi paseo por la playa Las Canteras, justo cuando las luces del atardecer pintarrajean el horizonte a brochazos locos, confundiendo el mar con el cielo, aunque la verdad es que ya no me fijo demasiado en estos detalles y simplemente recorro de un lado al otro el mismo camino sin tan siquiera fijarme en otra detalle que no sea la fatalidad de tropezar con alguna roca o pisar algo inconveniente.

En estas lides me encontraba llegando a la zona más oscura y, gracias al temporal de los últimos días, ahora más “empedrada”, cuando llamo mi atención una anciana que caminaba en sentido contrario al mío acelerando su paso mientras abría los brazos en un inconfundible gesto de abrazar a la personas que, pensé mientras me giraba, seguro viene detrás de mi. Cual fue mi sorpresa al comprobar que no había nadie detrás mía o no tan cerca para que esta buena señora aguantase aquel trote y en ese gesto, hasta que al llegar a mi altura, sin previo aviso y casi tirándome de espaldas por el empuje, se abrazo a mi cintura mientras repetía “porqué has tardado tanto”. Por mi parte, sin salir de mi asombro y, lo reconozco, con el susto en el cuerpo intenté sin violencia separarla intentando hacerle saber que era un error, que no era yo quien ella esperaba encontrar, que se había confundido. Pero ella no atendía mis palabras sin dejar de repetir “porqué has tardado tanto, porqué...”. Incluso aquella escena provocó la curiosidad y risas de quienes pasaron cerca y a quienes preguntaba si conocían a esa señora sin, en ningún caso, lograr respuesta más que algún reproche o risitas estúpidas, reconociendo que la escena vista desde fuera era para reírse. Una anciana con su canosa melena suelta, vestida de fiesta, aún con el bolso colgado del brazo mientras sus zapatos de tacón se hunden en la arena, abrazada a la cintura de un extraño.

Hasta yo tenía ganas de comenzar a reír mientras intentaba en vano separarla de mi, sin violencia, hasta que vi su rostro bañado en lágrimas, las cejas pintadas, el exceso de colorete en sus pómulos, el carmín rojo por encima de sus labios o el rimel que corría por su cara tiñendo sus lágrimas, remarcando cada pliegue de su rostro hasta la comisura de los labios, su pelo blanco descuidado, enredado o el exceso de perfume dulzón. No salía de mi asombro, empezando a embargarme tanto miedo por ella como por mi, que quien sabe de donde viene esta anciana, quien la puede estar buscando, quizás su familia y vaya imagen si llegan justo en ese momento cuando la cogía de los hombros intentando soltase mi cintura mientras le decía una y otra vez se confunde señora, se confunde... Aún no se si por la edad y el esfuerzo de su carrera hacia mi o quizás por lo tenso del momento o por la suma de todos los factores. Lo cierto es que de pronto sentí como sus brazos aflojaron su abrazo sintiéndome aliviado hasta que, como a cámara lenta, vi como caía lánguida mientras seguía con su lamento ahora más ahogado, “porque has tardado tanto, porqué...” sin que me fuera posible asirla de forma alguna intentando evitar cayera en la húmeda arena bañada por la marea creciente. Algunos que pasaban en ese momento junto a esa escena se acercaban preguntando si estaba bien, que le había pasado o preguntando que le había hecho a la anciana, mientras yo me preocupaba de recogerla ya de la arena y llevarla hasta el mismo paseo para llamar a urgencias, mientras esos curiosos nos seguían sin prestar ayuda y preguntándose entre ellos sobre que había pasado o quienes éramos.

Ya en el paseo, gracias a una señora que extendió su toalla en unos de los bancos, acerté a tumbarla mientras esa misma señora de la toalla llamaba desde su móvil al 112 y quien le acompañaba apartase a los curiosos ávidos por el morbo de la escena. Intenté incorporarme para tomar aire tras el esfuerzo y casi lo había logrado hasta que la anciana, despertando de su desmayo me asió de la camiseta tirando hacía ella y forzándome a poner la rodilla en tierra mientras balbuceaba algo ininteligible. Me acerque cuanto pude intentando entender lo que decía, creyendo me diría su nombre o referencia alguna para poder ayudarla y, cual fue mi sorpresa, si cabía más sorpresa cuando me llamo por mi nombre –seguro una coincidencia- y repetir “...porqué has tardado tanto... Casi una vida... Pero al final has venido... Te quise, te quiero y siempre te querré... Hasta pronto...” y con aquellas últimas palabras volvió a perder el conocimiento, cerrando sus ojos lentamente mientras una mueca parecida a una sonrisa se dibujaba en sus ajados labios y relajando su mano que soltándome.

Lo que siguió, sin resultar menos extraño, no lo recuerdo muy bien aún sorprendido por todo lo ocurrido, por sus palabras y que me llamase por mi nombre. Recuerdo las luces de la ambulancia reflejadas en los curiosos, creo recordar que la señora de la toalla indicaba a los sanitarios en lugar donde yacía la anciana y me señalaba a mi como quien la acompañaba. Resuenan en mi cabeza las preguntas de uno de los sanitarios y mis esfuerzos por explicarles que no tenía idea de quién era o lo que le ocurría, hasta salir de aquella especie de trance cuando el otro sanitario llamó nuestra atención ante la parada cardiaca de la anciana. Lo ocurrido a partir de se momento se me antojaba, incluso ahora al recordarlo, surrealista y absurdo. La llegada de la policía, el interrogatorio mientras la atendían los sanitarios o el mismo traslado en el coche celular siguiendo a la ambulancia hasta el mismo hospital Dr. Negrín, donde me hicieron esperar acompañado en todo momento por un agente de la policía nacional, hasta que no se cuanto tiempo había transcurrido, llegaron dos señoras acompañadas de otros policías y que luego me informaron eran las hijas de la anciana, debiendo esperar hasta se aclarase lo sucedido y mi implicación en aquella historia, sin la verdad, ser demasiado consciente de lo que estaba ocurriendo.... (continuará)

1 comentario:

Anónimo dijo...

No te vayas soledad...

Mi compañera inseparable, mi confidente, mi guarida, mi fiel amiga que me brinda sociego y paz a cada instante...
Contigo estoy en cada día más protegida, más distante, me siento libre, y en silencio, me hago preguntas delirantes...
Nadie conoce mis tristezas, porque mi mundo es sólo mío, mi soledad tiene grandezas y quiero estar sola con mi hastio...
Prefiero estar en su regazo, dejar de estar acompañada, no quiero ser el ocaso, sólo un alma en pena ya olvidada.....
Quédate conmigo soledad...