Todo sea por avanzar

Me he llevado mirándolas casi una hora sin ser capaz de tomar una decisión. Al fin y al cabo son como de la familia y comparten estas cuatro paredes con nosotros casi desde el primer día, aportando muchos y buenos momentos de sosiego o a expandir la mente prestándose a mil juegos en los que les he adivinado las muchas y variadas figuras que simulan asemejar.

Por ejemplo, alguna tarde tediosa, de esas en las que el hastío te acoge entre sus redes hasta llegar casi a ahogarte, simplemente me he salvado imaginando la silueta de alguna chica algo entrada en carnes y su postura más lasciva o, poniendo el resto, se me antojaba quizás el perfil de un militar con tocado de época dotado de cuanto bigote y patillas eran menester. Incluso, quizás por las altas temperaturas de la tarde, he llegado a imaginar la silueta de un niño jugando con un peluche, hasta en los mínimos detalles.

Pero por mucho que reconozca y me sienta agradecido por su contribución a mi supervivencia emocional, no tengo más remedio en pos de la imagen y salubridad de la estancia que terminar de pintar todo el techo borrando esas manchas de humedad, con la esperanza de que sepan perdonar mi traición, después de tan buenos ratos compartidos.