Son ya las 6:35h de la mañana y aún no he logrado pegar ojo. Después de una y mil vueltas en la cama, contar ya no recuerdo cuantas ovejas y dejarme llevar por el giro incesante de las aspas del ventilador no he podido soportar más y me he levantado con la intención de aprovechar el tiempo, así que a golpe de cigarro y con una toalla a la cintura, he llegado hasta este momento en el que ya abandonando cualquier posibilidad de entrar en el reino de Morfeo, asumiendo y sumando otra noche de vigilia involuntaria.
Al final de esta misma noche y mientras las primeras sombras se esconden ya clareando el cielo, me he propuesto cerrar los ojos y lograr a toda costa un mínimo de descanso aunque para ello deba desfilar al ritmo cansino del “tic-tac” que resuena en el silencio de la sala, hacer el pino sobre las yemas de los dedos o reintentar descifrar el contenido del “Código Da Vinci” -aún reconociendo el castigo que esto último supondría-.
Aunque bien pensado y ya a estas horas, casi mejor me preparo el desayuno, me doy una buena ducha y a tomar la calle, que las horas se comen la vida y el minutero no espera por nadie.
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