Con tanta simplicidad como ver amanecer y tan complejo como el amanecer de cada día, quisiera ser capaz de haceros sentir la alegría de mis mejores momentos, esos en los que casi lloras y te sientes estúpido por esas lágrimas que no dejas correr por las mejillas avergonzado por no ser capaz de someter las sensaciones, falacias sin sentido, definición y abstractas, ante la lógica definible y limitada a lo palpable y real.
Hoy sin responder a razón alguna ni motivo aparente, sin embargo, no he sido capaz siquiera de notar como esas lágrimas brotaban de mis ojos ante una escena tan simple como cualquiera de las cotidianas al descubrir a mi hija de diecisiete años riendo mientras jugaba con su perro “Pipo” bailoteando por la sala y él la seguía casi imitando su paso. Y esto, después de estos últimos meses y tantos reveses ha sido como llegar a una fuente fresca en medio de la nada, tras un largo y angustioso paseo por el desierto más tórrido, desolado y vació de cualquier sensación o sentimiento en el que, quizás sin quererlo, me había perdido.
Una escena, en esta mi obra, sin necesidad alguna de cantinelas, tramoya, actores ni público, que por unos instantes me recordó que el libreto está en blanco desde ahora hasta el mismo momento en el que baje el telón y cada una de las letras de este guión no estará escrita hasta ser escrita de mi puño y letra, negándome a textos ajenos, renglones torcidos o rectificación alguna que no sea impuesta por ese nuevo amanecer de cada nuevo día. Tanta vida en pocos renglones y no encuentro palabras para compartir esta escena de unos minutos.
Quien intenta describir lo que siente pierde el sentido de lo sentido... Será cierto!
No hay comentarios:
Publicar un comentario