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16.1.07

Longanizas al cerdo

“Soñé que soñando estaba, con soñar con quién quería, mas el sueño no venía y la noche corta estaba...” Así mas o menos comenzaba una de esas poesías que escribí en mi particular edad del pavo (que dicho sea de paso, aún no tengo claro que años comprenden esa pavería). Aquellos sueños en los que encontraba a la mujer de mi vida, al amor para siempre, a la pareja ideal, estaban siempre bañados de imágenes idílicas ausentes de toda perversión de la carne o el alma, salpicadas de escenas casi tan cursis como el corazón de papel rojo regalado el día de San Valentín, con poesía incluida.

A estas alturas de mi vida, sin embargo, omitiendo poesías, filigranas y letrerías, estoy seguro que el amor es mucho más que todo cuanto seamos capaces de describir, definir o llegar a sentir, siempre pervirtiendo la palabra con el verbo propio de nuestra naturaleza primara. A estas horas de este otro día cualquiera, puedo asegurar casi con la rotundidad y seguridad de quien ha sentido en su favor y por su culpa, que el ser humano no está preparado para eso del Amor, con mayúsculas o minúsculas. De una u otra forma, siempre acabamos cagándola arremetiendo contra todo lo que se mueve en nuestro entorno para finalmente rebuscar culpas ajenas y culpables como el destino, la locura o la casualidad, en lugar de reconocer simple y sinceramente que “eso” no es para nosotros, como el cerdo no se alimenta con longanizas. A saber...

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