En estos días y noches, mientras deshago cuanto he hecho en estos últimos tres o quizás cuatro años, tengo tanto tiempo para recordar con cada pequeña cosa que encuentro en cualquier rincón, caja o estantería, que paso de la risa al llanto con la misma facilidad con la que enciendo un cigarro tras otro, dejándolos apagarse sobre el cenicero mientras se quema sin tocarlos, uno tras otro.
Y uno de esos saltos entre risas y lágrimas me dejó tan dolido que, ahora, al recordarlo, me asaltan de nuevo las mismas lágrimas de dolor, pena y tristeza cuando miro hacia la estantería donde he dejado, casi como un altar a su recuerdo, una fotografía de mi madre. Dios mío... Cuanto dolor, cuanta pena y cuanta rabia se apoderan de mi corazón, debiendo casi controlarme para no saltar del asiento y comenzar a romper todo cuanto se me cruza en estos pasos de locura, de rabia, de tanta rabia.
A mi madre me la robó el alzheimer pero su recuerdo no me lo quitará ni su mirada perdida en mis ojos, sin verme a pesar de tenerme enfrente mientras sonreía a saber a quien, llegado desde cualquiera sabe que tiempo. Maldito seas...
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