El silencio eléctrico que envolvió ayer la península ibérica no fue solo un corte de suministro; fue un cortocircuito en la confianza ciudadana y un severo recordatorio de la fragilidad de nuestra infraestructura crítica. La caída a cero de la energía en España y Portugal desató una ola de incertidumbre que el tardío pronunciamiento del gobierno central solo consiguió agravar.
Desde una perspectiva técnica, la simultaneidad del fallo sugiere una vulnerabilidad sistémica compartida, posiblemente arraigada en la interconexión de nuestras redes de transporte de alta tensión o en un punto crítico de generación que afectó a ambos países. Si bien las investigaciones apuntarán a nodos específicos o desequilibrios súbitos, no podemos descartar la sombra de una creciente complejidad en la gestión de un mix energético cada vez más dependiente de fuentes intermitentes. ¿Estamos realmente preparados para la gestión de picos y valles en la producción renovable a esta escala?
La respuesta oficial tardó más de seis horas en llegar, un lapso inaceptable en una era de información instantánea. Este silencio no solo alimentó la especulación y la ansiedad, sino que también reveló una preocupante lentitud en los mecanismos de comunicación y coordinación gubernamental ante una crisis de esta magnitud. ¿Acaso los protocolos de emergencia no contemplan una respuesta informativa ágil? ¿O primó la cautela excesiva ante la falta de certezas iniciales, olvidando el impacto psicológico de la desinformación?
Las consecuencias del apagón van más allá de las horas sin luz. Económicamente, las pérdidas para empresas y comercios son significativas. Socialmente, la disrupción generó caos en el transporte, la sanidad y la vida cotidiana. Pero quizás la secuela más preocupante sea la erosión de la confianza en la capacidad del Estado para garantizar un servicio esencial y para comunicar eficazmente en momentos de crisis.
Quedan muchas preguntas sin respuesta. ¿Se trató de un fallo técnico fortuito o de una debilidad estructural preexistente? ¿Qué medidas concretas se implementarán para evitar una repetición? Y, crucialmente, ¿cómo se mejorarán los canales de comunicación para que la ciudadanía no quede a oscuras también en la información?
El apagón ibérico debe ser una llamada de atención, un punto de inflexión para revisar a fondo la resiliencia de nuestra infraestructura energética y la eficacia de nuestros protocolos de gestión de crisis. No podemos permitirnos otra noche de incertidumbre, alimentada por la falta de respuestas y la sensación de vulnerabilidad ante lo inesperado. La luz debe volver, no solo a nuestros hogares, sino también a la transparencia y la rendición de cuentas.
29.4.25
Apagón Ibérico: Más sombras que luces en la gestión de una crisis anunciada
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