Dicen que el poder embriaga, y en los despachos de nuestra excelsa administración regional, la transformación divina parece operar por horas. Antes de las tres de la tarde, contemplamos a seres sempiternos, dueños de la verdad revelada en boletines oficiales de intrincada lectura. Sus gestos son decretos, sus silencios, oráculos. Desde sus tronos ergonómicos, observan el devenir de los mortales administrados con una mezcla de condescendencia y distante severidad. ¡Ay de aquel neófito que ose cuestionar sus designios!
Pero he aquí la paradoja andaluza, el milagro laico que acontece puntualmente con el repique de las quince campanadas. Como Cenicienta al filo de la medianoche, la divinidad se desvanece. El aura de infalibilidad se disipa junto con el último rayo de sol sobre los ventanales de San Telmo o sus muchas delegaciones, sub delegaciones provinciales, y demás chiringuitos,todos parte del mismo e intrincado olimpo burocrático con Sabor a Jamón
De repente, el dios de la mañana se convierte en un ciudadano más, con la prisa terrenal de recoger a los niños del colegio o de lidiar con el tráfico callejero, lejos de sus jaulas horarias. Aquel que dictaba normas incomprensibles ahora maldice el atasco. Quien exigía plazos imposibles consulta ansiosamente el horario del autobús.
Y es entonces, en la prosaica realidad de la tarde, cuando uno se pregunta si aquella omnipotencia matutina no sería, acaso, una mera ilusión transitoria, un espejismo burocrático que se desvanece con el cambio de turno. Quizás, solo quizás, tras la fachada de autoridad inflexible, se esconda un mortal más, tan falible y apremiado por el tiempo como el resto de nosotros, los que, ironías del destino, tuvimos la desgracia de cruzar sus caminos antes de las tres. ¡Bendita hora de cierre, cuando esos seres, regresan a su cruda realidad¡
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